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El Origen del Mal

El Diablo y Satanás: La Realidad Bíblica

Introducción

El cristianismo se basa en la vida, obra y enseñanza del Señor Jesucristo. Sin embargo, no podemos apreciar lo que él realizó si no entendemos lo que la Biblia quiere decir con las palabras diablo y Satanás. El apóstol Juan declaró:

«Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.» (1 Juan 3:8)

Pablo dice que Jesús compartió la naturaleza de sus hermanos con el fin de «destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14). Durante su ministerio, Jesús dio poderes extraordinarios a cierto número de sus discípulos y los envió a predicar el evangelio y curar a los enfermos. Cuando ellos regresaron, llenos de alegría por el éxito de su misión, Jesús les dijo:

«Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.» (Lucas 10:18, 19)

Estos pasajes indican que el diablo, a pesar de ser muy poderoso, finalmente será destruido por medio de la obra del Señor Jesucristo.

El enemigo de la humanidad

Un entendimiento de «el diablo y Satanás» es necesario no sólo para apreciar la misión de Jesús sino para comprender el efecto de este poder sobre nosotros. En el Nuevo Testamento, el diablo es representado como el enemigo de la humanidad. Por ejemplo, Pedro exhorta a los creyentes con estas palabras: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe» (1 Pedro 5:8, 9). Pablo dijo a los creyentes: «Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo» (Efesios 6:11). Santiago dice que si los creyentes resisten al diablo, éste huirá de ellos (Santiago 4:7). Aun Jesús mismo sintió la fuerza de este poder adverso, cuando fue guiado al desierto «por cuarenta días y era tentado por el diablo» (Lucas 4:2). Obviamente es muy importante que el siervo de Dios entienda el significado que da la Biblia a las palabras diablo y Satanás.

¿Quién o qué es el diablo?

Cuando se menciona este tema, la mayoría de la gente inmediatamente piensa en un espíritu malo, un ángel que se rebeló contra Dios y cuya meta primordial es hacer que hombres y mujeres desobedezcan a Dios. Los diccionarios modernos concuerdan con esta idea. Satanás es definido como el príncipe de los ángeles rebeldes, el principal ángel caído, el principal espíritu malo, adversario de Dios y tentador de los hombres. Este es el concepto del diablo que se ha enseñado durante siglos entre la cristiandad, fomentando en el corazón de los hombres un terror irracional y ruin. Asociado con el temor al diablo mismo vino por una parte el miedo a sus supuestos ministros, los demonios y espíritus inmundos, y por la otra el horror del fuego eterno después de la muerte, en el infierno donde el diablo y sus ángeles supuestamente reinan supremos. No se puede negar que a través de los siglos se ha podido mantener la potestad de la iglesia tanto por la propagación de tales doctrinas como por la esperanza de salvación.

Muchas personas rechazan ahora tales ideas; pero en general este rechazo no es el resultado de un correcto entendimiento de la enseñanza de la Biblia sino la consecuencia de haber aceptado la negación moderna de todo lo que tiene el más leve sabor a sobrenatural. Otros se adhieren a la creencia tradicional de que el diablo es un «ángel caído» rebelde, creyendo sinceramente que esta es la única forma de entender el tema. El objetivo de este folleto es mostrar que la Biblia no enseña nada acerca de tal monstruo maligno, sino que los términos diablo y Satanás son los nombres muy expresivos que frecuentemente se dan al pecado o los que lo practican. Para saber exactamente a qué o a quién se refiere la palabra diablo o Satanás en un determinado pasaje bíblico, es preciso analizar cuidadosamente el pasaje en su contexto.

Lo que dice la Biblia

Todos los estudiantes de la Biblia deben estar de acuerdo con que el diablo tiene las siguientes características:

  1. Se opone a Dios
  2. Es muy poderoso y se manifiesta en muchas formas.
  3. Afecta la personalidad misma de todo hombre y mujer y ha causado estragos a través de toda la creación.
  4. Unicamente Cristo pudo vencerlo.
  5. La muerte de Cristo fue esencial para esta victoria.
  6. Finalmente, el diablo será destruido por completo.

Para poder entender la enseñanza bíblica es indispensable conocer el significado propio de las palabras diablo y Satanás.

Satanás: adversario

La palabra «Satanás» es simplemente una adaptación a la pronunciación española del vocablo satán, del idioma hebreo en que fue escrito el Antiguo Testamento. La palabra hebrea satán no es un nombre, sino simplemente una palabra común y corriente que significa «adversario» o «enemigo.» No siempre aparece en la Biblia castellana en la forma «Satanás,» sino que frecuentemente es traducida, dándole su correspondiente significado. Por ejemplo, leemos que «Jehová suscitó un adversario a Salomón: Hadad, edomita…» (1 Reyes 11:14). Otro ejemplo se encuentra en las palabras de los filisteos cuando tienen miedo de aliarse con David: «…y no venga con nosotros a la batalla, no sea que en la batalla se nos vuelva enemigo» (1 Samuel 29:4). En ambos casos la palabra hebrea original es satán, y en ambos casos es obvio que el adversario o enemigo a que hace referencia es un ser humano, y no un ángel rebelde. En ninguna parte del Antiguo Testamento se encuentra esta palabra asociada a un ángel caído o ser sobrenatural. Vale la pena notar que fuera del libro de Job, solamente hay tres alusiones a Satanás en todo el Antiguo Testamento, y ninguna alusión al diablo. Teniendo en cuenta que el Antiguo Testamento abarca los primeros cuatro mil años del desarrollo del propósito de Dios con el hombre, esto es inexplicable, si Satanás realmente es un ángel que se rebeló y es responsable por todo el pecado y mal que ha existido desde entonces.

En las páginas del Antiguo Testamento, los israelitas son continuamente reprobados por sus pecados y repetidamente castigados, pero ellos mismos son responsabilizados por los pecados cometidos. No se culpa a nadie más. Este es un punto importante que será ampliado más adelante. El primer capítulo del libro de Job es frecuentemente citado como ejemplo de Satanás en acción, pero el relato no nos dice nada acerca de quién era este Satanás. Era un adversario, exactamente lo que la palabra significa, pero quién era no se nos dice. No hay razón alguna para creer que era un ser sobrenatural o que tenía poderes extraordinarios. Esto también será considerado posteriormente en forma más detallada.

Dios como adversario (satán)

Es de mucha utilidad estudiar algunos ejemplos del uso de la palabra hebrea satán donde es imposible que haga referencia a un monstruo maligno. En el primer libro de Crónicas se nos dice que «Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel» (1 Crónicas 12:1). En el otro relato del mismo incidente registrado en el libro segundo de Samuel, leemos: «Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá» (2 Samuel 24:1). Entonces, Dios mismo fue un adversario o Satanás para su pueblo Israel. Hubo otras ocasiones en que debido a la maldad del pueblo, Dios declaró estar en contra de Israel, o dicho de otra manera, fue para ellos un adversario o enemigo (ver Isaías 63:10, Jeremías 30:14, Lamentaciones 2:4 y 5). También tenemos la conocida ocasión en que un ángel de Dios se opuso al profeta Balaam. Este había sido contratado por los enemigos de Israel para que maldijera al pueblo de Dios. Aunque Dios le advirtió que no tratara de cumplir su misión, él perseveró y lo intentó: «Y la ira de Dios se encendió porque él iba; y el ángel de Jehová se puso en el camino por adversario (hebreo satán) suyo» (Números 22:22). Si bien es cierto que en este caso la palabra satán designa un ángel, no se trata en absoluto de un ángel rebelde sino de uno que está cumpliendo fielmente las órdenes de Dios.

Pedro como adversario

Poco después de que Pedro hiciera su notable confesión de fe de que Jesús era «el Cristo, el Hijo del Dios viviente,» Jesús comenzó a advertir a sus discípulos de que había un aspecto de su misión que ellos todavía no entendían. Les dijo claramente que «le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto y resucitar al tercer día.» Pedro protestó: «En ninguna manera esto te acontezca.» Pero Jesús lo reprendió, diciendo: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mateo 16:16-23). En esta ocasión Pedro fue un adversario para Jesús, porque pensando protegerlo, trató de impedir que su maestro cumpliera el propósito de Dios, entregándose a ser crucificado. Se debe notar en especial que el Satanás era Pedro mismo; Jesús no dijo que Pedro estaba «poseído de Satanás» como si Satanás fuera un poder externo.

El diablo

Esta es otra palabra que no es una traducción del idioma original sino una adaptación al castellano del vocablo griego diábolos. Esta palabra literalmente significa «acusador» o «calumniador,» y así se traduce, por ejemplo, en 1 Timoteo 3:11. Diábolos solamente ocurre en el Nuevo Testamento, y en la mayoría de las veces no se ha traducido sino que aparece en la forma diablo, como por ejemplo cuando Jesús dijo a sus discípulos: «¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?» (Juan 6:70). Al igual que la palabra Satanás, diablo en sí no indica en forma precisa a quién o a qué hace referencia. Esto se debe deducir de otros detalles.

«El diablo peca desde el principio»
Al principio hicimos una lista de las características de este poder maligno. Ahora es útil hacer una lista de los pasajes que expresan estas características. Durante su ministerio Jesús estuvo en continuo conflicto con los líderes religiosos de los judíos, y en varias ocasiones los criticó severamente en muy claros términos. Por ejemplo, declaró: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8:44). El apóstol Juan escribió: «El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). Jesús mismo, al comienzo de su ministerio, sintió el efecto de este poder. En las palabras de Mateo: «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo» (Mateo 4:1). Jesús se refirió a este mismo poder por medio de la palabra Satanás (v. 10). Al final del ministerio de Jesús, el diablo operó por medio de Judas para traicionarlo: «Y cuando cenaban..el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase…» (Juan 13:2). De nuevo, más adelante, se hace referencia a este poder en términos de Satanás (v. 27). El apóstol Pablo hizo la siguiente advertencia: «Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo» (Efesios 6:11). Jesús mismo exhortó a sus seguidores: «No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados…» (Apocalipsis 2:10). Sin embargo, este poder sería completamente destruido, y esto fue hecho posible por medio de la muerte de Jesús en la cruz: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14).

El poder del pecado

Este último pasaje nos ayuda a identificar sin lugar a dudas al gran enemigo de Dios y del hombre. Porque si nos preguntamos qué es lo que tiene el poder de la muerte y qué fue lo que Jesús vino a destruir, solamente puede haber una respuesta: el pecado, como se puede apreciar claramente en los siguientes pasajes:

«La paga del pecado es muerte.» (Romanos 6:23)

«El pecado reinó para muerte.» (Romanos 5:21)

«El pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.» (Santiago 1:15)

«El aguijón de la muerte es el pecado.» (1 Corintios 15:56)

La muerte es el resultado directo del pecado, y uno de los pasajes que muestran este hecho con mayor claridad es el siguiente:

«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.» (Romanos 5:12)

La muerte es consecuencia del pecado. Si Cristo vino «para destruir al que tenía el imperio de la muerte,» es decir, «al que causa la muerte,» entonces vino para destruir el pecado. Nadie puede poner en duda que éste era el objetivo primordial de su primera venida. Varios pasajes bíblicos confirman que esto era la esencia de su misión y muestran claramente que la victoria sobre el pecado fue realizada por medio de su muerte en la cruz:

«Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.» (Hebreos 9:26)

«Quien llevó en él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero.» (1 Pedro 2:24)

«Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras.» (1 Corintios 15:3)

«Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados» (Mateo 26:28).

Por medio de su muerte en la cruz, Jesucristo destruyó al que tenía el imperio o poder de la muerte, el diablo, es decir, el pecado que causa la muerte. Entonces, si podemos descubrir el origen y naturaleza del pecado habremos descubierto el origen y naturaleza del diablo.

¿De dónde viene el pecado?

Esta es la parte crucial de la cuestión, y sobre esto la enseñanza de la Biblia es perfectamente clara. El hombre mismo es responsable por la introducción del pecado en el mundo. No hay lugar o necesidad de otro agente. El hombre introdujo el pecado y es responsable de su continua existencia: «El pecado entró en el mundo por un hombre» (Romanos 5:12). Puesto que la muerte es el resultado inevitable del pecado introducido por el hombre, también es cierto que «la muerte entró por un hombre» (1 Corintios 15:21).

El hombre continúa siendo una criatura pecadora y en consecuencia sujeta a la muerte, no debido a que esté bajo la influencia de un poderoso monstruo del mal, sino simplemente porque se deja llevar por sus propios pensamientos y deseos pecaminosos: «Cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte» (Santiago 1:14-15). Jesús expresó la misma verdad de la manera siguiente: «Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre» (Mateo 15:18-20). Esto concuerda completamente con la experiencia de todos los que tratan de guardar la ley de Dios. No necesitan que un tentador externo los haga pecar, porque su propia mente y corazón son suficientes para guiarlos fuera del camino. Pablo escribió enfáticamente acerca de su propia experiencia:

«Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí» (Romanos 7:14-21)

Pablo estaba consciente de un conflicto tremendo, no entre sí mismo y un monstruo maligno, sino entre la ley de Dios que él quería guardar y una poderosa inclinación a desobedecer dicha ley. El describe este conflicto como una rebelión: «Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley en mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (Romanos 7:22-23).

Entonces tenemos aquí un gran poder en acción, contra Dios y contra el hombre, un poder asociado con el hombre mismo, y sin embargo un poder que él no puede vencer sin ayuda. Unicamente Cristo fue capaz de vencerlo, como Pablo lo apreciaba: «¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro» (vv. 24-25). Este poder, el cual es el pecado que reside en el hombre mismo, es lo que la Biblia frecuentemente llama diablo y Satanás.

Los designios de la carne

Esta característica humana innata está comprendida en una expresión utilizada por el apóstol Pablo: «los designios de la carne.» Pablo escribió:

«Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden.» (Romanos 8:6-7)

La libre expresión de estos designios conduce a «las obras de la carne.» Pablo hizo una lista de ellas: «adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas»; y añade: «acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios» (Gálatas 5:19-21). En un mundo que no reconoce la autoridad de las leyes divinas, estas características predominan, de manera que la sociedad humana en general, se convierte en una expresión de los designios de la carne: «Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:16). Una sociedad así se constituye enemiga de Dios y de los siervos de Dios. Pablo describe estos «designios de la carne» como «el pecado que mora en mí.» El hombre es Satanás y diablo de sí mismo. La tentación proviene de su interior, de sus propios deseos, y estos deseos son estimulados por un mundo cuyas prácticas son la expresión colectiva de los «designios de la carne.» No hay necesidad ni lugar para otra fuente de tentación.

El hombre es responsable del pecado

Es de suma importancia reconocer que la Biblia responsabiliza únicamente al hombre mismo por el pecado y sus consecuencias. El hombre y solamente él es responsable ante Dios de sus acciones. Esto se ve claramente en la historia del pueblo de Israel. He aquí una nación con privilegios especiales y las responsabilidades que dichos privilegios conllevan ante los ojos de Dios. La nación fracasó continuamente en vivir a la altura de sus responsabilidades; una y otra vez fue reprobada y recibió advertencias de un castigo inevitable. Unicamente ellos fueron responsables de su falla. No hay la menor insinuación de que un monstruo maligno estuviera guiando a la nación por el camino errado. La palabra diablo no se encuentra en el Antiguo Testamento, y la palabra Satanás sólo ocurre en tres pasajes fuera del libro de Job. Jeremías expuso claramente la verdadera razón del fracaso de Israel, que al mismo tiempo es la razón del fracaso del resto de la humanidad: «Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron atrás y no hacia adelante» (Jeremías 7:24).

Esta es la consistente enseñanza de las Escrituras.

La serpiente del Edén

Frecuentemente se oye decir que la serpiente en el huerto de Edén era la encarnación del diablo, y que realmente fue éste quien causó la caída de nuestros primeros padres. No hay ninguna razón para suponer tal cosa. El relato del libro de Génesis es perfectamente claro: la serpiente era simplemente un animal del campo que Dios había creado. El relato dice que la serpiente era más astuta que todos los demás animales (Génesis 3:1), pero fuera de esto no era diferente de ellos. No hay la menor sugerencia de que fuese la encarnación de un ser espiritual maligno. Comentando este incidente y sacando de él lecciones para los seguidores de Cristo, Pablo dijo simplemente: «Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad de Cristo» (2 Corintios 11:3).

La capacidad de hablar que demostró la serpiente no es un problema insoluble. El asna de Balaam también recibió el poder de hablar para un propósito especial (Números 22:28). Más aún, el castigo que recibió la serpiente se relacionaba simplemente con sus características animales: «Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida» (Génesis 3:14). La diferencia entre la serpiente y las otras criaturas era que aquella fue dotada con la facultad de comunicarse con la mujer. Entonces se puede preguntar: «¿Por qué permitió Dios que la serpiente tentara a la mujer en esta forma?» La respuesta es que el hombre tenía que ser probado. Tenía que desarrollar su carácter aprendiendo por la experiencia a distinguir entre el bien y el mal, y a usar su libre albedrío para la gloria de Dios y no simplemente para satisfacer sus propios deseos. Hasta ese momento no se le había ocurrido desobedecer a Dios. La sugerencia de que la desobediencia podría convenirle salió de una criatura sin sentido o responsabilidad moral. Por medio de esta prueba el hombre desarrolló su carácter. El hombre no fue creado para ser una máquina o robot que solamente pudiese comportarse en la forma que quisiera el Creador. Era el deseo de Dios que Adán y Eva escogieran obedecerle voluntariamente. Ellos fracasaron en esta ocasión, y ese fracaso inicial tuvo por resultado la tendencia innata de la naturaleza humana a la rebelión: los designios de la carne. La tentación que originalmente fue presentada por la serpiente ahora viene del interior del hombre, de su carne, y de influencias exteriores que son la expresión de los mismos designios carnales.

Debido al papel realizado por la serpiente en la introducción del pecado, posteriormente llegó a ser un símbolo del pecado y todo lo que resultó de la mentira de la serpiente original. Como tal, muchas veces está asociada con el diablo y Satanás. Antes de examinar aquellos pasajes que se citan frecuentemente para apoyar la idea errónea de que el diablo es una poderosa criatura espiritual, debemos completar nuestro estudio de la enseñanza de las Escrituras sobre el origen del mal.

El origen del mal

Aquellos que creen en la existencia de un monstruo sobrenatural del mal generalmente achacan todos los males del mundo-enfermedades, catástrofes naturales, la muerte y hasta los accidentes-a la operación del diablo y sus agentes. Esto es completamente opuesto a la enseñanza de la Biblia. Según ella, el hombre mismo introdujo el pecado en el mundo, y el mal es el resultado de esa tendencia al pecado. Puede ser un resultado directo, como por ejemplo las guerras y otros males que resultan de la codicia y ambición del hombre, o puede ser un resultado indirecto, introducido por Dios a manera de castigo y corrección por el pecado. De esta manera las enfermedades y la muerte son el juicio de Dios sobre su creación. Esto se explica claramente en el relato del libro de Génesis y es confirmado por pasajes posteriores. Por ejemplo, Dios dijo por medio de Isaías: «Yo Jehová, ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto» (Isaías 45:6-7). También dijo a la nación de Israel: «He aquí yo traigo mal sobre este pueblo, el fruto de sus pensamientos; porque no escucharon mis palabras, y aborrecieron mi ley» (Jeremías 6:19). Y en otra ocasión: «¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?» (Amos 3:6). De nuevo, está claro que no hay necesidad ni lugar para un ser sobrenatural maligno que se opone a Dios.

Los demonios

Hay quienes mantienen que las referencias en el Nuevo Testamento a Jesús y sus discípulos echando fuera demonios prueban la existencia de un mundo de espíritus malignos. Demonio era el nombre que daban los griegos a seres que, según ellos se imaginaban, vivían en el aire; seres espirituales intermediarios entre los dioses y el hombre, y que obraban en nombre de los dioses para el bien o para el mal. Pero tales criaturas son el producto de la imaginación del hombre; no tienen existencia real y no tienen lugar en los planes de Dios. Los ángeles son los únicos seres espirituales, fuera de Dios mismo y su Hijo resucitado. De nuevo se debe enfatizar que el mal en su totalidad es el resultado del pecado y está bajo el control directo de Dios. La enseñanza de las Escrituras no deja lugar para un mundo de seres espirituales opuestos a Dios. Si alguien pregunta por qué Cristo muchas veces se refirió a los demonios como si fueran reales, nuestra respuesta es: ¿Qué otra cosa podría haber hecho? Era la forma en que la gente de aquella época pre-científica describía las causas invisibles e incomprensibles de las enfermedades físicas y mentales. Si Jesús hubiera utilizado otra forma de expresión, describiendo sus curaciones en términos modernos, no le habrían entendido. Hoy en día existen ejemplos similares: una persona puede ser llamada «lunática,» que literalmente significa «afectado por la luna,» pero esto no significa que al utilizar tal expresión estamos de acuerdo con la creencia medieval de que la locura se debe a la influencia de la luna. Es importante notar que las pocas ocasiones en que la palabra demonio ocurre en el Antiguo Testamento son una clara alusión a los dioses falsos de las naciones que no tienen existencia real, y el reconocimiento y adoración de los tales es firmemente condenado (ver por ejemplo Levítico 17:7, Deuteronomio 32:17, Salmos 106:37).

El adversario de Job

Ya se ha mencionado que aunque los primeros capítulos del libro de Job se citan como ejemplo de Satanás en acción, de hecho el relato no nos dice gran cosa acerca de este Satanás. Era un adversario, pero quién era no se nos dice. No hay ninguna razón para creer que era sobrenatural o que tenía poderes extraordinarios. Por el contrario, es evidente que no tenía poder para afligir a Job; tuvo que pedirle a Dios que causara la aflicción, diciendo: «Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene…» (Job 1:11). Job mismo estaba consciente de que Dios, y no el adversario, había causado sus sufrimientos: «¡Oh, vosotros mis amigos, tened compasión de mí, tened compasión de mí! Porque la mano de Dios me ha tocado» (Job 19:21). El tema de discusión a través de todo el libro, es la razón por la que Dios había afligido a Job con tal severidad. De manera que si Job realmente fue afligido por el Satanás y no por Dios, los argumentos del libro carecen totalmente de sentido. Después de los dos primeros capítulos, no se hace ninguna otra alusión al Satanás, y el libro concluye con las siguientes palabras: «Y vinieron a él todos sus hermanos…y se condolieron de él y le consolaron de todo aquel mal que Jehová había traído sobre él» (Job 42:11). Después de hacer la sugerencia inicial de que Job debía ser probado, el adversario desaparece del relato. La sugerencia puede haber salido de un conocido envidioso de Job. Quienquiera que haya sido, tenía un poder muy limitado y no tenía ninguna semejanza con el concepto tradicional de Satanás.

Lucifer

Este título sólo ocurre una sola vez en toda la Biblia, y no justifica la exagerada importancia que se le da. En realidad, pocas versiones de la Biblia utilizan la palabra Lucifer; la mayoría, como por ejemplo la Biblia de Jerusalén y las versiones Reina-Valera y Dios Habla Hoy, usan la palabra «lucero,» la cual es efectivamente la traducción correcta del vocablo hebreo original. A primera vista, lo que se dice de Lucifer o Lucero parece estar perfectamente de acuerdo con lo que algunos afirman acerca de Satanás: «¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana!…Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios…sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Más tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo» (Isaías 14:12-15). Sin embargo, no hay absolutamente nada en este relato que identifique a Lucero con un ángel caído. Por el contrario, al investigar acerca de quién está hablando el profeta, encontramos la respuesta en el versículo 4: «Pronunciarás este proverbio contra el rey de Babilonia.» Otros versículos confirman que esto es simplemente una profecía que describe en lenguaje simbólico el derrocamiento del rey de Babilonia. Por ejemplo, leemos que él «se enseñoreaba de las naciones con ira,» y que «debilitaba a las naciones,» que «hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos,» y que al final sería deshonrado en su muerte, al rehusársele los ritos funerales (vv. 6, 12, 16, y 20). Concluimos entonces que en Isaías 14 no hay el menor vestigio de evidencia que corrobore la existencia de un monstruo sobrenatural.

«Querubín grande»
Esta frase aparece en otro pasaje profético del Antiguo Testamento, Ezequiel capítulo 28. Este capítulo contiene las siguientes frases: «En Edén, en el huerto de Dios, estuviste…Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios» (vv. 13-16). Pero no hay nada en absoluto que asocie estas palabras con el diablo y Satanás. Por el contrario, se nos dice claramente que esto era una «endecha sobre el rey de Tiro» (v. 12). Como en otras partes de la Biblia, la palabra «Edén» no se refiere al huerto original donde Dios puso a Adán, sino a la fértil región del Líbano donde la ciudad de Tiro estaba ubicada (ver también Ezequiel 31:16 y 36:35). No hay necesidad de hacer más explicaciones o comentarios al respecto.

El hecho de que se recurra a pasajes tan inadecuados como los anteriores para tratar de demostrar que el diablo es un ángel caído es una clara indicación de la insuficiencia de evidencia bíblica genuina para identificar al diablo con un ángel caído.

Angeles caídos

Hay dos pasajes en el Nuevo Testamento que hacen referencia a «ángeles caídos,» pero ninguno de los dos sirve de base para la idea de que el diablo es un ángel que se rebeló contra Dios y fue arrojado del cielo a la tierra, donde ha plagado a la humanidad desde entonces. Estos pasajes son los siguientes:

«Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio…sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio.» (2 Pedro 2:4 y 9)

«Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día.» (Judas v. 6)

Hay que notar los siguientes puntos:

  1. Estos pasajes no dicen que los ángeles estaban en el cielo.
  2. Los ángeles no fueron arrojados a la tierra sino «al infierno,» a «prisiones de oscuridad.»
  3. No quedaron en libertad para ir adonde quisieran y causar problemas a la humanidad, sino que fueron condenados a «prisiones eternas.»
  4. No se menciona ni al diablo, ni a Satanás.

Una vez más, es evidente que estos versículos no dan ningún apoyo al concepto del diablo como ángel caído; posiblemente aluden al castigo impuesto a los revoltosos Coré, Datán y Abiram en días de Moisés, cuando la tierra se abrió y se los tragó vivos (ver Números 16:30). (En más de cien pasajes de la Biblia, las palabras hebrea y griega que se traducen «ángel» se refieren a hombres y no a los ángeles celestiales de Dios.)

«La serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás»

Esta es una cita tomada de Apocalipsis 12:9. Sin duda alguna, muchas de las ideas comúnmente aceptadas acerca del diablo se han derivado de este solo versículo y de su contexto, que es como sigue: «Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él» (Apocalipsis 12:7-9).

Si esta descripción se leyera como historia literal, daría una base para el punto de vista tradicional acerca del origen del diablo y Satanás. Pero el Apocalipsis mismo establece claramente que estas palabras no están destinadas a ser tomadas en sentido literal o histórico. Es más, a Juan se le dijo que lo que le sería revelado tendría que ver con los acontecimientos desde su propio tiempo en adelante. El primer versículo del capítulo 1 se lee como sigue:

«La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto.»

En el versículo 1 del capítulo 4, Juan recibe la siguiente invitación: «Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas.» La revelación (este es el significado de la palabra griega «apocalipsis») fue dada por Jesús a Juan para manifestar a los siervos de Dios los detalles de los eventos que tendrían lugar a partir del siglo primero de la era cristiana hasta la venida de Jesús y el establecimiento del reino de Dios en la tierra; también da un vistazo a la eternidad subsecuente. Así que es altamente improbable que el capítulo 12 se refiera a acontecimientos que supuestamente tuvieron lugar antes de la creación.

Por otra parte, el libro en su totalidad está redactado en un lenguaje sumamente figurado o simbólico. Esto es obvio cuando leemos el capítulo 12. El primer versículo describe a «una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies.» Luego aparece la descripción del diablo y Satanás: «un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra» (vv. 3 y 4). ¿Es ésta la descripción de una criatura literal? ¡Claro que no! Todo esto es lenguaje simbólico, y más adelante en el transcurso de la revelación algunos de los símbolos son interpretados para beneficio nuestro: «Esto, para mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son siete montes…y son siete reyes…Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido reino» (Apocalipsis 17:9-12). Es evidente que el dragón es pura y simplemente una criatura simbólica. También es evidente que simboliza un sistema político, y no es difícil demostrar que las diferentes bestias del Apocalipsis representan el poder del imperio romano, que era el gran adversario de los cristianos. En este mismo libro, los cristianos de Esmirna recibieron la siguiente advertencia: «He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados» (Apocalipsis 2:10). Eran las autoridades romanas las que echaban a los cristianos en la cárcel. Sin duda alguna, Pedro también se refería a las autoridades romanas perseguidoras cuando escribió: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pedro 5:8).

¿Por qué fue simbolizado este poder político por medio del diablo y Satanás y la serpiente antigua? Porque estos representan los designios de la carne, y cuando hombres motivados por los designios de la carne se oponen a los siervos de Dios, actúan en la misma forma que la serpiente en el principio. Un ejemplo típico son aquellos que se opusieron a Cristo cuando predicaba el evangelio en Israel. El dijo a los escribas y fariseos: «¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?» (Mateo 23:33). En otra ocasión les dijo: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él…es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8:44). En ambos pasajes Jesús se refería claramente a la serpiente del Edén, cuya mentira sembró la semilla del pecado y condujo a la condenación y muerte del hombre. Todos aquellos que en forma similar obran en contra de Dios son, en sentido figurado, descendientes de la serpiente, o su «simiente,» usando la expresión de Génesis; y están destinados a ser destruidos por Cristo, la simiente de la mujer (Génesis 3:15). En todo esto tenemos un lenguaje simbólico firmemente basado en los hechos que ocurrieron en el Edén, donde por primera vez el hombre se opuso a Dios y el pecado apareció en el mundo, no a causa de un monstruo inmortal, sino por medio del hombre mismo, instigado por la serpiente. No necesitamos buscar más allá de la raza humana para encontrar al diablo y Satanás. En la raza humana tenemos este poder del pecado en nuestro propio corazón y, a nuestro alrededor, en otros individuos, en comunidades y sociedades, y en las autoridades humanas, tanto civiles como eclesiásticas. Todo este poder maligno está destinado a ser destruido por Cristo.

El por qué de la personificación

Todavía se puede hacer la pregunta: ¿por qué tan frecuentemente se hace referencia a la pecaminosidad humana como si fuera una persona? La respuesta es que tal figura de lenguaje, llamada «personificación,» es típica de las figuras vívidas y poéticas de la Biblia; éstas causan un mayor impacto y son más concretas y memorables que una simple descripción literal de la realidad. Hay muchos ejemplos de personificación en la Biblia. El pecado, además de ser representado como un gran adversario, también es descrito como amo posesor de esclavos (Juan 8:34 y Romanos 6:16-18), como gobernante (Romanos 5:21) y como engañador y asesino (Romanos 7:11). Al espíritu o poder de Dios se le da personalidad (Juan 16:13). La sabiduría es representada como una mujer en Proverbios 8 y 9. La nación de Israel también fue comparada a una mujer virgen cuando era fiel a Dios (Jeremías 31:4) y a una ramera cuando era infiel (Isaías 1:21). Lo mismo ocurre con la iglesia de Cristo (2 Corintios 11:2, Apocalipsis 19:7). Estas personificaciones son más expresivas y pintorescas que las correspondientes descripciones literales. Sucede lo mismo con el diablo y Satanás, que simplemente son una forma de personificar la tendencia pecaminosa innata de la raza humana. Los problemas surgen cuando permitimos que estas figuras de lenguaje nos conduzcan a ideas totalmente equivocadas, culpando a un personaje ficticio por nuestras malas acciones cuando en realidad la responsabilidad es completamente nuestra.

Conclusiones

Esto enfatiza la importancia de conclusiones correctas acerca del tema. «Yo sé,» escribió Pablo, «que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien» (Romanos 7:18). Es sumamente significativo que en los ocho primeros capítulos de la carta a los romanos, su obra maestra, Pablo no hace una sola referencia al diablo o Satanás. Y esto a pesar de que estos capítulos tratan en forma profunda del pecado: su origen, su efecto sobre la humanidad, la misión de Cristo para quitarlo y los resultados de esta gran victoria. Al igual que en el Antiguo Testamento, el silencio de las Escrituras es mucho más convincente que unos cuantos pasajes aislados que se citan fuera de su contexto. El énfasis del apóstol está en «el pecado que mora en mí,» «porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas…obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte,» y «los designios de la carne son enemistad contra Dios» (Romanos 7:20, 5; 8:7). Aquí tenemos al enemigo verdadero, dentro de nosotros mismos. Este es el diablo al que tenemos que resistir, el adversario que tenemos que vencer. Estamos en batalla mortal contra nuestros propios pensamientos perversos y deseos malos. Si confiamos únicamente en nosotros mismos, fracasaremos. Pero Dios nos ha provisto de un medio de victoria a través de su Hijo, mediante la creencia en el evangelio que él predicó y el bautismo en su nombre. Aquellos que aceptan este camino, aunque estén conscientes, al igual que Pablo, de sus debilidades, pueden decir con él:

«Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.» (1 Corintios 15:57)

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